Guerras, conflictos y cambio climático
Federico Velázquez de Castro González
Las guerras (y su preparación a través de los gastos militares) son grandes emisoras de gases de efecto invernadero, de la misma manera que el cambio climático se presenta como una potencial fuente de conflictos.
Según un estudio de la Universidad Politécnica de Valencia y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, dado a conocer en junio de 2022, el cambio climático aumentará la frecuencia y duración de los conflictos armados en África (agua, recursos, alimentos…), un continente habitualmente castigado por confrontaciones internas y externas. Como variables generadoras se cita el aumento de la temperatura y los cambios en los patrones de precipitación, de manera que el ascenso de 1ºC en el África subsahariana puede generar un incremento de los conflictos entre el 20-30%.
Una de las consecuencias estará en las migraciones y desplazamientos, lo que no será exclusivo de las regiones empobrecidas. Bien por la subida del nivel del mar, el endurecimiento de las condiciones ambientales o la escasez de agua, se prevén importantes cambios demográficos, con la carga de conflictividad que llevan asociados. Ya se han dado precedentes locales y regionales, piénsese en el Estado norteamericano de Oklahoma, en la década de los años 30 del siglo pasado, azotado por tormentas de polvo (dust bowl), que obligó al desplazamiento de su población; pero también en la silenciosa tragedia de los refugiados ambientales que, desde África, intentan acceder a nuestro territorio encontrando incomprensión y hostilidad. Para mediados del presente siglo pueden representar 200 millones de personas y constituirá uno de los mayores desafíos globales.
En cuanto a los ejércitos, son grandes consumidores de petróleo, destacando el de Estados Unidos, el mayor de todos los del mundo. Las emisiones de gases invernadero del Pentágono ascienden a más de 59 millones de toneladas de dióxido de carbono equivalente: si fuera un Estado, ocuparía el número 47, con emisiones superiores a Portugal, Suecia o Dinamarca. Estados Unidos es el país con mayor gasto militar del mundo (800.000 millones de dólares anuales), a bastante distancia de China (293.000 millones de dólares). Sería importante que en las Conferencias sobre el Clima se tuviera en cuenta este aspecto, invitando al desarme progresivo por una nueva razón: salvaguardar el clima –el sostén de la vida- del planeta.
Es fácil, asimismo, comprender que en las confrontaciones se liberan elevadas cantidades de gases de efecto invernadero. Las emisiones relacionadas con las guerras de Irak, Afganistán y Siria ascienden a 400 millones de toneladas de CO2. Además, los combustibles fósiles se convierten en un objetivo estratégico, tanto para su control, como para emplearlos como instrumento de boicot, chantaje o sabotaje (el ejemplo más reciente lo tenemos en los oleoductos del Mar Báltico y la enorme cantidad de metano que se liberará a la atmósfera). Un argumento más para su abandono y sustitución por un nuevo modelo diverso, renovable y descentralizado. En algún sentido, la guerra del clima muestra lo caduco de nuestro modelo de desarrollo, e indirectamente colabora al encuentro de nuevas formas de convivencia.