Estrategias frente a la crisis climática. Una visión crítica
Por: Federico Velázquez de Castro González – Coordinador de la Mesa por el Clima de Gr.anada
Convertida ya en el primer problema ambiental, la crisis o emergencia climática requiere respuestas rápidas y eficaces. Por ello estamos viendo cómo desde todos los ámbitos sociales se lanzan iniciativas que, si bien podemos anticipar que todas son importantes y complementarias, precisan algunos matices para que lleguen a ser potentes e integradoras.
Las más recientes, junto a los movimientos juveniles, han sido las acciones de Extinction-Rebellion, una organización surgida en Londres en 2018, y que se autodenomina de acción directa no violenta, aunque el nombre más apropiado es el de propaganda por los hechos. Para los movimientos ecologistas no resulta nada nuevo, Greenpeace, por ejemplo, ganó sus simpatías a través de acciones espectaculares, divididas en dos grandes clases: las puramente mediáticas, como la colocación de pancartas gigantes en empresas y edificios, iluminación de monumentos, encadenamientos…, que indudablemente transmiten un mensaje a la sociedad (y las iniciativas de Extinction Rebellion van en esta línea), y la auténtica acción directa, cuando se persigue un objetivo y se utilizan medios activos para conseguirlo: obstaculizando el vertido de residuos radiactivos al mar, interrumpiendo la circulación de trenes con material nuclear, pintando la piel de las pequeñas focas para protegerlas de su caza o interponiendo la lancha entre el barco y la ballena para evitar su captura, entre otros ejemplos.
Estas últimas requieren una dosis adicional de riesgo y valor, por eso la sociedad las admira y apoya, encontrándose en ellas –en gran parte- la razón del alto número de miembros de las organizaciones ecologistas que las practican. En otras ocasiones, sin embargo, han sido personas concretas las que han entorpecido operaciones en oleoductos o realizado acciones similares. Cuando la acción directa representa la avanzadilla de una campaña, es perfecta, pero cuando ésta consiste sólo en acciones mediáticas, con su correspondiente riesgo de multa y detención, habrá muchos que no estén dispuestos a correrlo e, incluso, la propia sociedad observe su espectacularidad desde la distancia, como una imagen más de la televisión o el periódico.
Y es aquí donde habría que situar un punto crítico. Los cambios deben realizarlos las mayorías, no avanzadillas de valientes. La mayor parte de la sociedad desea actuar correctamente y aportar lo que esté en su mano, una vez que emerja la comprensión y la conciencia. En general, no desean pagar multas, pasar por juzgados y, menos, ir a prisión, lo que es legítimo e innecesario. Las acciones individuales pueden llamar la atención y asestar algún golpe de efecto, pero siempre como espoleadores de la conciencia, sabiendo llamar a las gentes –verdaderos protagonistas- a la reflexión y la acción.
En segundo lugar, encontramos los movimientos “espontáneos” que surgen desde la sociedad civil, reticentes a mezclarse con sindicatos o partidos. En este caso, se trata de los jóvenes estudiantes de Fridays for future o Juventud por el Clima en España. Expresan la generosidad de este sector, movilizándose frente a un problema real que han comprendido que les afecta/afectará plenamente, siendo también una respuesta directa frente a unos acuerdos internacionales que no terminan de cumplirse. A este tipo de acción no hay sino que aplaudirla y apoyarla, ya que cumple el requisito antes señalado de implicar a la sociedad; y es muy probable que quienes participen en ellas extiendan su sensibilidad y preocupación en otros círculos, como la familia, amigos o centros docentes, además de constituir una formidable escuela de militancia.
Dos cuestionamientos, sin embargo, pueden plantearse. Dado el esfuerzo que supone movilizar, los objetivos deben colocarse altos. Hay que cumplir los acuerdos internacionales, marcar plazos de descarbonización, comprometer a la Administración (desde Ayuntamientos a Gobiernos)…, pero no debe perderse de vista que bajo el capitalismo el clima y el medio nunca estarán a salvo. Por tanto, hay que pensar en un nuevo modelo social y económico. Y hay que ir enarbolando esa bandera para imprimir horizontes, ideales y esperanza. Sin ellos, las luchas se desinflan.
Por otra parte, para mantener una lucha sostenida y a largo plazo se necesitan estructuras organizadas. En los momentos álgidos, la asamblea es suficiente y surgen redes naturales de coordinación y distribución de tareas. Mas, para asegurar la continuidad se precisan estructuras sólidas, capaces de recoger las experiencias, integrar todas las sensibilidades, distribuir trabajos, planificar proyectos, contactar con otros colectivos, etc. Este punto es importante porque cuantas más organizaciones participen, la fortaleza del movimiento se multiplicará. Los representantes deberán buscar puntos de unidad, dejando atrás inútiles suspicacias. Toda exclusión es suicida, en esta lucha nadie sobra y los jóvenes deberían estar abiertos a la relación y el contacto, aprendiendo de lo útil y denunciando, si fuera el caso, manipulaciones
La tercera estrategia incluye la educación ambiental, una materia que debe estar siempre presente apoyando políticas o campañas, por cuanto persigue sensibilizar a los ciudadanos para que asuman valores capaces de generar cambios en sus hábitos. Es una tarea difícil, ya que la cultura capitalista ha calado tan hondo en la población que nadie quiere límites ni restricciones en su forma de vida; sin embargo, debe insistirse en que este modelo conduce al desastre, salvo que quieran mantenerse zonas enriquecidas y opulentas a costa de otras carentes de condiciones de vida dignas. Para mediados de siglo seremos más de 9.000 millones de personas con legítimas demandas de energía y recursos. Solo con la contención de los más ricos puede garantizarse una supervivencia justa.
Se trata de una cuestión ética, de apreciar el valor de lo verdadero frente a las apariencias, del ser frente al tener, de descubrir lo que hace feliz al ser humano frente a los sucedáneos. Es importante reflexionar colectivamente para que vaya emergiendo una nueva cultura. A veces, desde una mentalidad pequeño-burguesa, el ciudadano puede enfadarse señalando que todas las culpas se vierten sobre él. No es cierto, pero tiene una parte de responsabilidad igual que el resto de los actores tienen la suya. Sé el cambio que quieres ver en el mundo, afirmaba Gandhi. Y con principios y convicciones se puede actuar correctamente en nuestro ámbito más inmediato: logrando una vivienda eficiente, practicando la movilidad sostenible, preparando dietas saludables, de proximidad y con bajo consumo de carne, reduciendo el consumo compulsivo, sabiendo conservar los bienes, siendo críticos frete a la publicidad y la moda.
Todo ello hace mucho bien al medio ambiente y reduce las emisiones de gases invernadero. Es el resultado de la coherencia, la responsabilidad y el compromiso histórico frente a un problema global. Fomentando el buen ejemplo, porque en momentos de crisis la población busca referentes. Y dando el paso para romper el aislamiento y entrar en grupos y colectivos desde donde somos más fuertes y nuestras acciones se multiplican.
Como última estrategia señalaríamos el ámbito político, objetivo, por otra parte de casi todos los movimientos y campañas: la adopción de medidas que contemplen plazos y restricciones, en nuestro caso en relación al abandono de los combustibles fósiles, desarrollo de energías renovables, etc. Cuando comenzó a estar en peligro la capa de ozono, todos los actores implicados negociaron un acuerdo ejemplar, que arrancó con el Protocolo de Montreal de 1987 y condujo a la prohibición de los CFC entre 1995 y 1996. ¿Por qué no se es igual de diligente con la crisis climática? Quizás el daño no se ve tan inmediato, pero la principal razón está en lo estratégico de los sectores implicados. Frente a la refrigeración, espumas, disolventes, espráis…, de los CFC, ahora hablamos de petróleo, carbón, gas natural, además de la industria automovilística, eléctrica, etc. Dado que el poder está en las manos de las grandes compañías, los gobiernos no disponen de mucho margen de maniobra (si es que no son directamente cómplices). Por ello resultan tan importantes los movimientos ciudadanos, pues se necesita presión para que se manifieste lo evidente, y es que el tiempo apremia y habría que señalar y arrinconar a quien antepone sus intereses a los generales, bien sabido que la tarea no es fácil, pero no hay otro camino para la supervivencia. Debe votarse a quien demuestre mayor sensibilidad ambiental, haciendo cumplir sus programas. Y exigir que en el debate político lo ambiental esté siempre presente.
No nos hemos olvidado de las organizaciones ecologistas, gracias a ellas se garantiza la continuidad de las campañas, aportan solidez, conocimientos científicos, experiencia y prestigio social. El clima ha sido uno de sus ejes desde mucho tiempo atrás, y se han utilizado todos los medios posibles para alertar, concienciar y difundir mensajes. El trabajo de Greenpeace “España 100% renovables en 2050” es una propuesta rigurosa para la transición energética; en esta misma línea, Ecologistas en acción o WWF participan en Alianzas por el Clima y elaboran propuestas e informes, imprescindibles para consensuar medidas con otros movimientos y con la Administración. Constituyen el referente fundamental para las luchas a largo plazo, y la climática es el mejor ejemplo.
En el conjunto de todas estas estrategias debe subyacer lo que llamaríamos la fórmula de las tres E: Emergencia, Emoción, Esperanza.
Emergencia, porque la evolución del cambio climático (y de casi todos los impactos ambientales) es exponencial, preocupando más los tiempos tan cortos en los que acontecen, que los propios problemas en sí. Tenemos ya descritos diferentes escenarios, algunos de ellos muy preocupantes: interrupción de las corrientes térmicas, descongelación del permafrost, fusión de algunas zonas del hielo antártico… Es muy importante alzar la voz y sacudir las conciencias para que la sociedad se haga cargo de lo que puede ocurrirle y actúe en consecuencia.
Emoción, porque la transmisión de los mensajes no solo debe llegar al conocimiento, a la percepción racional, sino también al corazón, sintiendo lo que está en juego, lo precioso de la vida y las generaciones venideras, el daño a los vulnerables, el valor de las especies que comparten con nosotros la vida en el planeta. Que se sepan abrir los ojos ante la belleza y lo grandioso que se esconde en lo grande y lo pequeño, y se sienta el desgarro de su degradación y su pérdida.
Esperanza, finalmente, porque estamos todavía a tiempo. Con una acción decidida se pueden revertir tendencias, igual que ocurrió con la protección de la capa de ozono. La esperanza es una virtud de los valientes, no de los indiferentes o conformistas, por lo que sólo desde la acción puede vislumbrarse.
Todas las estrategias aquí señaladas son valiosas y deben complementarse. A condición de que ninguna anule el protagonismo de la gente, los ciudadanos (no súbditos), los pueblos. Las crisis pueden derivar en oportunidades, y la climática puede suscitar nuevos valores y comportamientos que empoderen de una vez por todas a la población para que sepa que el destino está en sus manos, que los políticos no deben ser sino gestores y que el poder económico debe ser compartido. Vale decir, que tenemos por delante un pulso y una confrontación, que deberá dirimirse con determinación, presión y constancia. No es un camino libre de obstáculos, pero debemos hacer nuestra parte. Si tenemos fe en la justicia, la realidad, las mayorías y las demandas de este momento histórico, podremos ser artífices de una victoria, no sólo para la humanidad, sino para toda la vida en el planeta.